Magnetismo, química, sensualidad, morbo… fascinación unánime en los medios ante la escena que se pudo presenciar el pasado martes sobre la alfombra roja del Festival de Venecia en la presentación de la serie ‘Secretos de un matrimonio’.
Amm … sólo un apunte (sonido de aguja rayando el vinilo de Barry White) ¿Lo está gozando Chastain tanto como Isaac?
Quiero decir, no hablo de consentimiento… entiendo que son compañeros y amigos y saben qué pueden y no pueden hacer sin necesidad de pedirse permiso. Aunque hasta de eso podríamos dudar si analizáramos con rigor la escena. ¿Quién habría adivinado hace veinte años lo que escondía la sonrisa de Gwyneth Paltrow al abrazar a Weinstein?
Pero no seamos tan mal pensadas. Lo que me llama la atención es la unanimidad en la interpretación del gesto en Venecia. Veamos:

Él manifiesta explícitamente su deseo (real o impostado, no perdamos de vista que se trata de un actor sobre una alfombra roja) pero deja clara al menos su intención de transmitir al mundo entero en vivo y en directo que la belleza de ella le turba. Para Isaac, la presencia de Chastain hace que las cientos de cámaras que les disparan sean irrelevantes. Acaricia su brazo, lo besa, le da gracias a los dioses porque tremenda criatura se haya posado frente a su mirada.
Mientras la actriz se afana en atender a las demandas de los periodistas gráficos repartiendo sonrisas a diestra y siniestra, él parece atrapado en una burbuja espacio temporal en la que sólo caben ellos dos. Pero de repente, Chastain parece darse cuenta de que Isaac está ejerciendo de sujeto de una oración en la que ella es el complemento directo del verbo ‘desear’.
¿Qué cabe esperar? Está claro, no hay margen de error en la respuesta, coincide el público: que ella agradezca.
Sorprende el consenso, al menos a mí. ¿Sería muy descabellado pensar que cabe alguna posibilidad de que ella no esté cómoda con la situación? Quiero decir, ella tenía otros planes para presentarse sobre la alfombra, la actriz se estaba desenvolviendo como un pez dorado en un acuario gigante. Aparece un pez payaso con todas esas rayas naranjas, negras y blancas con la boca abierta en señal de fascinación hacia ella y el público que contempla la pecera se deshace en aplausos con el giro inesperado del espectáculo.

Bien, bien… no pasa nada, no seamos tiquismiquis. El protagonismo es para la pareja de la noche.
Pero ¿podría ella haber actuado de otra forma? Isaac es un hombre libre que decide sobre sus gestos ¿La actriz también? ¿Podría ella no haber encajado bien el momento? ¿Podría haber mostrado indiferencia o rechazo sin consecuencias?
Es comúnmente aceptado que los gestos de una persona obligan a quien los recibe a actuar de determinada forma, especialmente, si son galantes. No hablo de respeto y educación, porque se puede evitar o declinar educada y cortésmente un gesto galante pero ¿lo aceptaría el público, ávido de amor romántico, sin juzgar a quien no quiere recibirlo?
Que sea delicado tratar sobre este tema sin resultar hiriente es un síntoma de que aún queda mucho trabajo por delante en la familia, en las escuelas y en los medios de comunicación para normalizar la expresión de las emociones en las relaciones de manera igualitaria, con total libertad, aceptación y entendimiento. Sin miedo a ser juzgadas ni castigadas por el público cuando no actuamos conforme se espera de nosotras.
Acerca de la autora

Esther Ontiveros Olmedo
Periodista especializada en comunicación y responsabilidad social corporativa.
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